A
mi maestra y tía, rama florida que me enseñó la importancia de las
raíces.
Situada
en la vertiente sur de la Sierra de Gredos, comparte su historia y
geografía con las comarcas de La Vera extremeña y La Jara toledana, sin
perder su raíz castellana pese a estar cercana culturalmente a estas
últimas por motivos de mera colindancia. Es la comarca de Arenas de San Pedro
uno de los lugares de mayor importancia folklórica, no sólo de la Península
Ibérica, sino de Europa, como llegó a afirmar entre otros García Matos,
investigador folklorista que pudo contemplar a mediados de siglo la
riqueza y variedad de los pueblos del Valle del Tiétar y Barranco de las
Cinco Villas en sus muchos recorridos de
investigación.
La
forma de vestir es uno de los puntos importantes para conocer aspectos de
la vida cotidiana de nuestros antepasados. Sus miedos, ilusiones y
creencias se reflejan en los trajes como obras de arte, fijadas en un marco
de espacio sin tiempo.
Teniendo
en cuenta el medio y el clima, los diferentes trajes denotan las carencias y
abundancias de los lugares y comarcas naturales, pero más allá de
buscar protección contra el frío y el calor o de las asperezas y
suavidad de la tierra, el ser humano ha buscado en su indumentaria formas de
distinguirse socialmente, en algunos casos siguiendo ciertos cánones
de estética para embellecerse, en otros casos formas de protección
espiritual que revelan las creencias desde aquellos que hoy llamamos
primitivos y a los que debemos nuestro controvertido origen. A lo largo del
tiempo el traje se vio sometido también a leyes y diferentes ordenanzas,
clasificándolo según el trabajo, sexo, lugar de procedencia o estado
social. Hasta bien entrado el año 1700, no se ve libre de normas, teniendo antes
por ley, cada tipo de personas, uno determinado que le identificase
rápidamente. A partir de la Guerra de la Independencia contra Francia
los trajes llamados tradicionales empiezan a configurarse tal como nos
han llegado hasta nuestros días. La austeridad, el colorido y la fuerza
marcan la pauta característica, junto con cierto aire ceremonial tanto
en cuanto a trajes como a danza y música se refiere.
Aunque
la configuración de los diferentes trajes no tiene una antigüedad superior
al siglo XVIII, hay, sin embargo, elementos arcaicos que revelan la
trayectoria histérico-cultural de los diferentes pueblos y momentos que
fueron entroncando desde el pasado prehistórico hasta nuestros
días.
Son
quizá las piezas de orfebrería buena muestra de lo anteriormente referido;
las arracadas o pendientes
llamados de herradura y sus innumerables variantes mantienen
evidentes analogías con los tesorillos de la Edad del Hierro, allá por el siglo
VIII antes de Cristo, concretamente con los tesoros de La Aliseda y de
Carambolo. También mantienen claras analogías con otros pendientes de la
misma época hallados en las necrópolis celtas del noroeste español. Las
formas de herradura, de sol o media
luna son signos muy utilizados por las culturas del año 1000
antes de Cristo en gran parte de la Península.
Los
pendientes llamados de lazo o
calabaza, que están llenos de simbología, en sus formas
muestran claros signos orientales manteniendo parecido con los hallados en
excavaciones arqueológicas tartesas. Los componen tres piezas, la primera y
cierre del pendiente llamada pilón
tiene forma de sol con doce rayos en forma de bola y en el centro seis
esmaltes interpuestos, tres blancos y tres negros. Del pilón cuelga un lazo y de él dos, cuatro o
seis campanitas, dependiendo del tamaño; y también le cuelga la llamada calabaza, hueca, de forma cónica, de rica
filigrana. Me contaban en el pueblo de Arenas que el pilón representaba a los antepasados y a
la familia, el lazo simboliza la unión, las campanas la fiesta, siendo la
calabaza el símbolo de la prosperidad y fertilidad.Quizá por ello se preferían
para el momento de la boda. Aún son muchas las mujeres del Valle que siguen
utilizando las arracadas o
pendientes tradicionales, destacando el tipo llamado africana, variante simple del de
herradura. En muchas ocasiones con el peso y el tamaño de los pendientes se
rajaban las orejas, teniendo algunas mujeres que sujetárselos al pañuelo o
trenza de sus tocados.
El
resultado de la investigación arqueológica en nuestra comarca muestra
un alto grado de población en la Edad del Hierro; sirva como referencia y
exponente claro el caso de la ciu-dad-castro de El Raso en la soleada villa de
Candeleda, sin duda el más importante de nuestra comarca, donde hemos
obtenido pruebas gracias al hallazgo de diferentes objetos de los intercambios
que aquellos vettones mantuvieron con tartesios del sur y celtas del
noroeste peninsular. El uso de finas cuentas de arcilla polícroma usadas
como collares, se encuentra en las necrópolis vettonas en su forma original,
siendo aún el ajuar tradicional de esta tierra, aunque la piedra y el barro
fueron sustituidos varios siglos después por cuentas de oro y plata de rica y
variada filigrana llamada de
soles, formando la tradicional gargantilla, muy ajustada a la garganta
de la mujer, de la que suelen colgar una cruz de evidente estilo semita, con
sobresmaltes blancos y negros que recibe el nombre de venera. A modo de cierre dos cintas de fina
seda bordada, enlazadas en la base del cuello dejando caer sobre la espalda
un lazo llamado siguemepollo,
que solían ser el regalo y muestra de amor de los mozos a las mozas en los
días de ferias y fiestas.Posteriormente, desde la Edad Media, se perfecciona la
técnica de la orfebrería y aparecen la joyas tal y como nos han llegado a
nuestros días; la materia prima es el oro, la plata y el azabache, siempre en
rica y variada filigrana de muy diferentes estilos, desde el cordobés al trujillano, pasando por el charro y varias técnicas de trabajo
autóctonas.
Además
de la gargantilla y la venera, el llamado aderezo, un collar generalmente igual a
la gargantilla, variando el tamaño de
las cuentas y el largo, siendo en éstos mayores. Del collar o gargantillona cuelgan el galápago o la temblera. El primero simula el caparazón,
en forma esquematizada, del animal que le da nombre, símbolo de
resistencia y sabiduría, y de mayor antigüedad que la temblera. Ésta es una especie de cruz de dos
piezas, la superior con forma de lazo y la inferior es la cruz; de ambas partes
penden cinco, siete u once pequeños colgantes con forma de pequeños galápagos. En el centro de la cruz se
intercalan seis puntos de esmalte, tres blancos y tres negros de clara herencia
árabe.
Completan
el ajuar femenino grandes crucifijos de filigrana, medallas votivas, amuletos
varios, broches, casi siempre de oro y plata, la botonadura del jubón, también
de plata, pulseras, anillos. Y, por supuesto, las horquillas para sujetar el
peinado, en su mayoría de plata y de muy variada filigrana. Las hay de dos
tipos, unas redondas con dos pequeñas bolitas que cuelgan del centro,
llamadas lágrimas, y otras que
carecen de dichos ornamentos. Las horquillas que los tienen se colocan a
ambos lados, mientras que las otras se suelen usar a modo de
peineta.
Los
aderezos de las mujeres no
varían generalmente de unos lugares a otros excepto por el poder económico
personal. En este punto me gustaría explicar antes de continuar que no existen
dos piezas iguales, pues todas las piezas del ajuar eran hechas de forma
artesanal por las plateras, verdaderas maestras de la orfebrería y de cuyas
manos salieron las joyas tan hermosas que lucieron y lucen las serranas.
Este gremio desaparece totalmente de nuestras villas y pueblos a principios
de este siglo. Las joyas han venido pasando de generación en generación a
modo de pequeños tesoros familiares de incalculable valor
sentimental.
Así
pues, podemos decir que el origen de nuestra orfebrería es
prehistórico, llegando en un estado casi puro a nuestras manos, sin dejar
de mencionar la aportación árabe en cuanto a nuevas técnicas más elaboradas
que las indígenas.
Mención
aparte merecen los diferentes peinados que, en general, van en función de
la edad, no exentos de algunas excepciones puntuales localizadas en
lugares muy concretos. Sirva de ejemplo Navalcán (hoy perteneciente a la
provincia de Toledo, pero término cuyo alfoz gestionó el concejo abulense, muy
vinculado a nuestra tierra). Las más pequeñas solían llevar el pelo muy
corto, para las niñas a partir de seis años, largas trenzas que parten de
la sien y se recogen en la nuca con una coleta o un moño de lazo, del que los días de fiesta
solían colgar cintas de llamativos colores. Para las mocitas de trece
años en adelante dos rizos
recogidos en sendas cocas detrás de
las orejas, que adornaban con horquillas de plata los días de gala. Para
las mozas mayores, rizos o trencillas sobre las orejas, recogidos en la
coronilla, de la que cuelga una cola de
caballo que se dobla formando un círculo y que a su vez cuelga
recto desde lo alto de la cabeza; a este recogido se le escarola, es decir, se ahueca en forma de flor
y se prende la porreta. A todo este
peinado se le conoce con el nombre de rizos
con moño de picaporte, y se suele adornar además con ricas
horquillas, cuyo número varía. Para las señoras ya casadas, el moño de picaporte o de trenza, siempre
cubierto por alguna toca, bien anudado en la nuca, bien anudado en la frente o
prendido al moño sin anudar, formaba parte de la indumentaria más utilizada. Las
mayores y viudas sujetaban el pelo con peinetas de asta de toro y lo
cubrían igualmente con algún pañuelo, en este caso siempre
oscuro.
Para
las fiestas las mozas colgaban del moño de
picaporte escarolado las porretas. Se trata de cintas prendidas del
moño, de las que, en general, hay dos tipos. Uno son cintas de seda
bordada, de las que varía el número según el gusto personal; se utilizan en
todos los pueblos del Valle. El otro se ciñe a Arenas de San Pedro, Guisando, El
Hornillo, El Arenal, Ramacastañas y las Cinco Villas; suele ser de
terciopelo negro, con excepciones, que se adorna por lo general con
abalorios, cuentas de madera o metal y lentejuelas. El número de picos del
lazo, por lo general, es de cuatro, pero en algunos casos llegan a ser de
cinco. Hay algunos lugares donde el moño es adornado con flores
naturales.
Como
último comentario, hay que decir que el peinado fue un quehacer social del mundo
femenino muy importante y valorado, arte del que pocas podían presumir
saber o dominar, siendo además punto de reunión ritual que adquiría su mayor
sentido cuando se peinaba a una novia.
ELEMENTOS
DEL TRAJE FEMENINO
La
pieza más ancestral del traje y complemento obligado para las más grandes
ceremonias es la mantellina, cuyo
pasado se remonta a nuestra prehistoria como así lo muestran entre otros el
ejemplo de un dibujo ibérico del siglo II antes de Cristo en Liria (Valencia)
donde en una pieza de cerámica se representa a una mujer colocándose
la mantellina. Después, cronistas griegos y romanos definieron esta pieza
como de uso típicamente ibérico, entendiendo como tal toda la Península, y
llamándolo man-tellum. Otro
complemento para el frío, de igual antigüedad que la mantellina, son las capas de paño fino con
capucha, negras y pardas, en su mayoría de poco vuelo y más cortas en su
parte delantera, mientras llegan al ras del tacón por detrás. Suelen
adornarse con galones o bordados en la parte delantera.
Cubriendo
el cuerpo por encima de un camisón interior, para el uso diario usaban finas
blusas de los más variados colores y texturas, muy entalladas de cintura,
con la pechera fruncida o bordada y en su mayoría abrochada atrás o a un
lateral; la variedad de las telas y colores va relacionada sobre todo con el
gusto personal. Las mangas de estas blusas tienen amplios golondrinos que caen del hombro y se ajustan
al antebrazo, resultando todas las mangas algo cortas. Para el buen tiempo, las
blusas de lino o lienzo crudo o teñido. Las de vestir días especiales,
siempre ricamente bordadas con signos geométricos o florales de clara influencia
oriental; las mangas de estas blusas suelen ser cortas y afaroladas, en algunos
casos los bordados son sustituidos por la técnica del deshilado. Hay que
destacar la influencia navalqueña y lagarterana en cuanto al estilo del
bordado que por esta Sierra y Valle se elabora.
Otra
pieza es la blusa, el jugón negro
para los días más importantes, casi siempre en terciopelo labrado o ricas telas
brocadas; en algunos casos, por problemas económicos, solían hacer las mangas
con tela de buena calidad y el cuerpo con otra más simple. Los puños o púnelas se labran con pedrería,
azabaches, galones o cintas, en otros casos van bordados y en otros se utilizan
varias telas distintas, dando policromía al conjunto. Los botones del cuerpo de
jugón solían ser de asta, hueso,
azabache o madera forrada, excepto los de los puños, de rica plata labrada y
cuyo número varía, siendo generalmente un mínimo de tres por puño. Rematan los
puños una fina puntilla de bolillo en hilo negro o blanco. El cuello
abierto con gran escote de caja cuadrado, sin adornos y sobre el que se prende
la pañoleta, pequeña pieza a modo de
sobrecuello, sobrecargada de cintas, perifollos y puntillas varias; se
usaba sólo para los días grandes, y de color generalmente blanco. Esta
pieza es independiente, pudiéndose así lavar, cosa que no se puede
hacer con los jugones, al menos de
una forma más o menos regular.
Para
el trabajo del campo solían gastar amplias chambras de recia tela y escueto patrón, pieza
elemental y funcional, además de práctica para aquellas tareas. Los
dengues, llevados en la vecina provincia de Salamanca, fueron tímidamente
usados, viéndose siempre desplazados por el uso generalizado de
pañuelos, toquillas o mantones.
Hablando
de toquillas, para el frío del invierno, solían usar una de recia lana en
color negro con flecos bastos de lana rizada y cardada, que podían utilizar
también como manta. Las de pava, de espaldas, de
palacio o de medallones, de lana y en llamativos colores, solían ser
también prendas de abrigo usadas como ropa de más categoría. En algunos lugares
las toquillas de pava eran
utilizadas para los casorios. El estilo de colocarlas siempre es enrolladas
y escotadas, cruzadas a pico, atadas a la espalda, sujetas al jugón o blusa por varios alfileres y el nudo
en los ríñones con el que se atan los ramales de la toquilla y donde se prende la
s/7/a, característica sobre todo, de los pueblos de la sierra, dejando caer
los ramales de la toquilla sobre el guardiapié, simulando las cintas del mandil.
Para
el buen tiempo las toquillas de pelo de
cabra, hechas con una aguja especial de hueso, cuya labor artesa-nal
ha desaparecido, dejando algunas muestras en las arcas de desvanes
olvidados; son de un solo color y tienen el aspecto de una red o tela de
araña, siempre en tonos crudos.
También los pañuelos de seda y crespón fueron utilizados para el buen tiempo. Siempre en fuertes y vivos colores, bordados o con llamativos diseños, fueron muy valorados sobre todo en Candeleda, Arenas de San Pedro y Mombeltrán. Hay que recordar la importancia que tuvo esta comarca para la industria de la seda, ya que fue una de las mayores productoras de la materia prima, dedicándose a la cría de gusanos y venta da capullos. Es raro hoy en día poder ver estos espléndidos pañuelos, viéndose relevados por los más apreciados, que no antiguos: pañuelos de ramo.
Suelen
ser éstos de fondos negros y bordado un solo pico con espléndidos ramos de
bellas flores en vivos colores y que, curiosamente, la mayoría llevan cerca del
pico un pájaro bordado o una mariposita, símbolo el primero de alegría y la
segunda de feminidad. Los flecos, por lo general, son cortos; el más curioso es
el llamado de escoba por la forma a
mechas o escobillas que tienen. A mediados de este siglo hubo una invasión de
mantones de manila y, lo que es peor, flecos desmesurados que desdibujan la
belleza de un traje más austero. Mención aparte merece el pañuelo de ramo
bordado de Pedro Bernardo, excepción cuyos motivos, lejos de ser los
comunes, son figuras abstractas y simétricas de bastante personalidad y
belleza.
Otro
tipo es el pañuelo de merino o de cien colores o
de mil colores, muy utilizado para las semifiestas pues es muy cómodo
y práctico; dentro de este estilo de pañuelos tenemos el de fres cenefas y el de flores naturales. En tonos pardos, pintados
todos ellos, con tres tiras unos o cenefas de flores rojas y en vivos
colores.
Respecto
a pañuelos y toquillas, otro asunto es prendérselo bien, pues cada tipo lleva
una determinada técnica, que por aquí recibe el nombre de el prender. Así, por ejemplo, los
pañuelos de ramo negro se
prenden, por lo general, enrollados por el cuello y con tres pliegues llamados
arrugas
de los hombros al pecho, mientras que los de cien colores se entablan (se tablean)
toda la parte delantera, dejando parte de la espalda a la vista. Lo cierto
es que prenderse el pañuelo es una labor que requiere cierta práctica y
sabiduría de alguna mujer mayor verdadera especialista en la materia, siendo en
cada villa pocas las que destacaban y siendo siempre las mismas a las que
se llama cada vez que alguien quiere vestir con cualquiera de los trajes
tradicionales del Valle, pues el prender el pañuelo de la forma correcta es
muy importante y, para nosotros, cualquier detalle que falte o sobre
desmerecería el traje por completo, sólo por un alfiler mal prendido, una
mala arruga o un mal prendido de la s///a.
En
todos los trajes se utiliza el pañuelo cruzado a pico, variando en la forma de prenderlo de
unos respecto a otros, pudiendo diferenciar por los matices el lugar de
procedencia del traje en cuestión. En Arenas, Candeleda, Poyales del Hoyo, El
Hornillo, El Arenal y Ramacastañas las variaciones son mínimas. Otro grupo
lo conforman Pedro Bernardo, Gavilanes, Mijares, Casavieja, Piedralaves y La
Adrada, cuyos usos y costumbres son, igualmente, de gran parecido. A destacar
Guisando y los pueblos de las Cinco Villas, con diferencias más claras a la
hora de ponerse el pañuelo.
Inseparable
del traje, la ropa interior femenina era igual en todo el Valle. Un largo
camisón o viso de hilo sobre el que se ajustaban siete enaguas, generalmente blancas, una para
cada día de la semana. La costumbre era lavar la noche del sábado la
enagua primera, que estaba en contacto directo con el cuerpo, para
ponérsela limpia la mañana del domingo, y así durante todo el año. El uso
de siete enaguas fue menguando a
tres, siendo hoy en día tan solo una. Los pololos no son tradicionales ni las
bragas adoptadas por los grupos folklóricos más saltarines y pudorosos, excepto
en las épocas de menstruación en las que algunas usaban unos calzones
especiales, o en las bodas de gran rumbo en que usaban unas bragas sin costura
en los bajos. Sobre el camisón o viso
solían gastar el justillo, de lienzo
recio, para dar más ajustes al prendido del pañuelo, sobre todo si la tela de la
blusa o jugón es suave o
fina.
Sobre
las enaguas, el refajo de
paño, teñido generalmente en verde, azul, amarillo, rojo, pardo o negro,
cuyo único adorno son una serie de lorzas en su parte baja que van de tres, a
siete o doce. Sobre el refajo, el miliñaque de tela estampada o lisa, pero
siempre lleno de colorido, que puede ir adornado con tres cintas o tiranas, con dos puntillas de hilo de oro o
plata o liso sin adornos, pero en todos los casos muy plisados, con finas y
rectas tablas que dan una forma acampanada al talle
femenino.
Los
días más importantes los trajes desbordaban color, belleza y
esmero. Sobre las enaguas y refajo simple el guardapiés, faldón también de paño teñido pero
de más amplio repertorio colorista, sobre el que se cosen la o las tiranas
p/cás, piezas de paño de color diferente al de la falda en el que se
han recortado diferentes motivos y cosido a ésta. Es el guardapiés una pieza llena de misterio e
información. Y así es porque dependiendo del color de la falda y el
picao
se sabrá a simple vista entre otras cosas su estado social. Los colores
claros y llamativos se reservan para la mocedad, mientras que los
combinados más elegantes, como por ejemplo amarillo picao negro o rojo picao en negro suelen ser signos de madurez o
estabilidad, dejando los colores pardos y negros para la viudedad. Si a esto
añadimos el significado que tiene el dibujo del picao obtendremos aún más
información de quién y cómo es su portadora. Por ejemplo, las flores
simbolizan la belleza en general, pero no es lo mismo una rosa que un
clavel; cuando estas flores están juntas en un ramo indican matrimonio. Si lo
que aparecen son pájaros, en general representan alegría, pero no es igual
el águila a la paloma, pues cada una adquiere una connotación diferente.
Pongamos un último ejemplo: el dibujo llamado las fuentes simboliza la riqueza, pero si la
fuente está rodeada de fruta, por lo general granadas o pinas, representan la
posesión de tierras para la agricultura, cuando por el contrario,
beben animales indican relación con la ganadería. Aunque en realidad nadie se
fija en estos detalles, aún hay algunos mayores que recuerdan el sentido de
algunos signos, figuras o formas que se repiten, además de en los picaos, en los
trabajos en madera o en los dibujos pirograbados en las cuernas de toro que
servían de vaso a nuestros pastores.
El
número de refajos y guardapiés varía según el tiempo frío o caluroso. Curiosa es
la costumbre, cuando el frío era intenso, de recogerse las mujeres el
guardapié echándoselo sobre la espalda y cabeza en forma de cobijo,
mostrando apenas la cara y dando un aire arabesco a su porte. En algunos
casos aislados las faldas de paño reciben otro nombre, como es el caso de El
Arenal, en el que llaman mantilla a
la falda de paño de vivos colores a la que cosen dos cintas de seda
horizontales sobre las que recogen tres lorzas. Pedro Bernardo vuelve a
distinguirse por el gusto por el terciopelo o pana lisa en varios tonos,
sobre los que destacan el grana y el negro profusamente bordados con flores
y pájaros de finos colores en seda o en lana. Suelen tener estas faldas
menos vuelo que en el resto del Valle, por lo general con un mínimo de
tres metros. También en Candeleda y en Arenas de San Pedro se bordaban algunos
refajos y guardapiés, pero difieren bastante de los bordados de Pedro
Bernardo; en aquellos pueblos el estilo y la técnica con los que se borda
son distintos, de lo más variado en cuanto a técnica y materia prima,
ampliando los motivos florales con otros zoomórficos y
mitológicos.
Completan
la variedad de faldas los refajos
pintados, en colores amarillos, rojos y verdes, sobre los que se pintaba a
mano motivos florales con jarrones y cestas, pájaros y frutas,
realizados siempre en color negro, pardo o verde oliva. Se llegaron a crear
planchas en metal con las que ahorrar tiempo, pero haciendo que los
modelos se repitieran, caso que en los bordados y picaos no sucede jamás. Otro tipo de refajo es
el quemao, en principio de
técnica igual a la del pintao, sólo que las planchas de metal se calientan
pirograbando el modelo directamente sobre el paño de la falda. Estos
refajos se utilizaron poco en los pueblos de la sierra, pero más en los más
próximos al valle, como La Adrada o Sotillo de la Adrada, debido quizá a su
cercanía a La Mancha, donde sí son bastante comunes y utilizados. Aunque en
estos pueblos están incorporados dentro de los trajes tradicionales,
realmente los refajos picaos y
algunos bordados son los más representativos de nuestra
comarca.
Bajo
la primera falda o falda cimera y
sobre la segunda va la faltriquera o
faldiquera, que es sin duda el último y más moderno complemento
incorporado al traje. La faltriquera
es un pequeño bolsillo que se ata a la cintura con dos cintas y de
la que hay una gran variedad de motivos y modelos: para el diario telas toscas a
base de retales, carente de adornos, excepto en pocos casos en los que llevan
bordadas las iniciales. Hay otras más serranas adornadas con cintas y
cordones, perifollos y
escarapelas de ricos y vivos colores y que suelen llevar a la vista o bajo el
mandil. En el Valle solían ser
en general de terciopelo negro bordadas con flores de colores junto con las
iniciales. También las había en vivos colores bordadas a cordoncillo. Otras son hechas de lienzo
polícromo y, como único adorno, una tira pica bordeando la faltriquera. Para las pastoras, de cuero
labrado en varios tonos. Solían utilizar sobre todo tres pieles: la de gato por
ser muy clara, la de becerro, de colores castaños, y la de cabra, más oscura. En
la mayoría de los casos los dibujos son signos de tipo hastáltico y simétricos,
con las iniciales recortadas. Ahora se suelen hacer bordadas o
picadas, pero se ha perdido la costumbre de coser el extremo de las cintas
con las que se ata un madroño de ganchillo del que penden otros tres
cayendo por el costado izquierdo de la falda.
Sobre
las diferentes faldas, medio ocultando la faltriquera, los delantales y los mandiles, de los que hay una gran variedad y
cuya nota común es, como siempre, el colorido y la minuciosa labor. Los
delantales son más cortos y barrocos
en cuanto a los adornos, dejando ver, por lo general, los dibujos bordados,
picaos, estampados o
pirograbados de las faldas. Se usan en todo el Valle cuando se visten con el
traje llamado de serrana, que
describiremos luego. Se adornan con una puntilla ancha de bolillos a su
alrededor, y por el borde se cosen cintas de seda bordada, se bordan ramos
de flores o se deshilan. Es en Arenas de San Pedro y en Pedro Bernardo donde más
utilizan el delantal corto y, en algunos casos, incluso mínimo que recuerda a
los usados a principios de siglo por la amas de cría y criadas. El mandiles pieza de más rancio abolengo y
antigüedad; llega a tocar el roero de
la falda, cubriendo por completo la parte delantera de la mujer. Para las
ceremonias y fiestas más importantes suelen ser de terciopelo negro
adornado con pasamanería y azabache y bordeado por la inseparable puntilla
de bolillos. Para los días especiales, mandiles de satén o seda brillante de vivos
colores, sin apenas adornos,salvo la puntilla. Otros se deshilan sobre la
misma tela, labrando un bordado excepcional con sus propios hilos. Otros se
bordan en su parte baja con motivos florales. Los hay adornados con cintas
varias que se cosen por los bordes del mandil casi por completo, de forma
similar a los que hacen y gastan en la comarca de Lagartera. Para el uso diario
el mandilón, negro y aún más grande,
carente de adornos excepto dos bolsillos que igualmente llevan los mandiles. A
esta carencia de adornos la suplen los dibujos de la propia tela; curiosamente
los mandilones de principio de este siglo en su mayoría eran de
blancos lunares.
Cubrían
las piernas con medias de lana, generalmente blancas, en algunos casos
azules o encarnadas y negras para las mayores; en general llevan un
adorno llamado espiga, aunque hay
gran variedad. A los pies, zapatos de cordobán, con tacón de carrete, en terciopelo negro, bordados con
finos ramos y hechos a mano y a medida. Los cordones, de lana polícroma,
llevan en sus extremos sendas borlas de lana. Estos zapatos acompañan, en
los días de boato, a todos los trajes del Valle indistintamente; su uso es
general, variando el color de los zapatos que, aunque la mayoría son negros
por ser los utilizados en las bodas, podían ir en función del color del traje.
Para las bodas algunas usaban botines de becerro labrados o zapatos negros
del mismo tipo del de cordobán, pero hechos en cuero de becerro. Y para el
campo, abarcas de cuero con la puntera cerrada y repujadas con adornos, en
su mayoría florales. Hoy en día quedan pocos zapateros que sigan
ejerciendo su labor tradicional y artesanal.
TIPOS
DE TRAJES FEMENINOS
Y
una vez expuestos los elementos que componen los diferentes trajes y aclarado
que en cada pueblo hay diferentes costumbres, seguiremos intentando
describir algunos de los trajes más comunes del Valle del
Tiétar.
Es
curioso éómo en todos los pueblos encontramos los mismos elementos
pero hay formas distintas de colocárselos, que definen y diferencian a unos
respecto a otros. Y también es curioso comprobar que, cuanto más cercanos están
dos pueblos, mayores intentan ser las diferencias.
En Candeleda y Arenas las cosas varían considerablemente respecto a otros pueblos. Los dos son centros que recibieron desde su origen a vecinos de las poblaciones colindantes que vinieron a estas villas más grandes en busca de mejor fortuna, y con ellos trajeron sus trajes, que con el paso del tiempo llegaron a integrarse y formar parte de la propia cultura de esas villas. Fueron punto de reunión de gentes no sólo del propio Valle, sino también de pueblos de tras la sierra, de las aldeas nortoledanas y de las villas hermanas de la Vera de Plasencia. Los arenenses y candeledanos, algo más ricos y poderosos que en el resto de las poblaciones, guardan los trajes de más porte y valor. En menor medida Mombeltrán y La Adrada.
Quizá
sea el traje de serrana el más compartido, sin duda es el más colorista y
barroco. El tocado suele ser de rizo o cocas sujeto por horquillas de
plata u oro, generalmente tres a cada lado de la cabeza y otras tres para
sujetar la porreta al moño de picaporte. Los grandes
pendientes de herradura en sus variantes gajolimón, picosierra, de azahares, de media luna, etc.
La gargantillita con la venera al
cuello y la gargantilla con tembíera o galápago al pecho, la barroca pañueleta
prendida sobre el jugón más elegante. El pañuelo de ramo negro, prendido de forma
diferente en cada zona, el guardapié
picao o bordado, mandil o mandilón,
enaguas, faltriquera, medias de lana blanca y zapatos de
cordobán. En Candeleda, los pañuelos más usados para el traje de serrana a
principios de este siglo fueron los de seda y crespón, al igual que algunos
pueblos del Barranco de las Cinco Villas, como es el caso de Cuevas del
Valle. En otros pueblos como Arenas de San Pedro o Guisando, los pañuelos de
crespón y seda se usaban cuando vestían el traje de artesana.
El
traje de artesana tenía blusa de
alegres estampados y colores, destacando las bordadas en pechera y
mangas,sobre las que se cruzaban el pañuelo de crespón,aunque en otros
casos servía el de cien colores. A la cabeza, una porreta de seda y un
pañuelo, casi siempre blanco, sobre el que se ponía la gorra de paja para evitar
el sol. Esa gorra, a diferencia de las del norte de la sierra, carece de adornos
externos, excepto por los trenzados y colores propios de la paja con
la que se hacían. También usaban gorras de paja más parecidas a las
pamelas para el trabajo del campo, mientras que las pastoras solían
gastar sombrero de paño corto o montera, usadas igualmente por los hombres
(quizá muestra curiosa de un pasado matriarcal). Sobre el refajo un
miliña-que recogido a un
costeo, las enaguas y medias blancas
y albarcas de cuero como calzado.
Un
traje que es común a todos los pueblos es el de novia. Nos han quedado
pocos, casi de milagro, pues la tradición era enterrarse con el mismo traje con
el que se casaban; como dice el refranero «traje de gala y tajá, guardar para amortajar». Las novias más
ricas lucían gran número de horquillas, sujetando el peinado y la porreta, para estar más elegantes que de
costumbre. Sobre la cabeza, la mantelina, al cuello tantas gargantillas
y colgantes como se pudiera permitir, y en las orejas, los pendientes cte
lazo, del cual contamos
anteriormente su profunda simbología. Algunas personas mayores dicen que
los pendientes debían ir en función de la cara; la cara larga, pendiente de
herradura, la cara redonda, pendiente de lazo. El neo jugón de terciopelo negro, con
botonadura de plata y adornado con seda, cintas, galones y azabache.
Fina pañoleta prendida al jubón y, tras el cuello, tantos siguemepollos colgando sobre el pañuelo
de ramo negro como collares
luciera. Falda negra de tela brocada llamada basquina, que puede adornarse con cintas de
terciopelo, azabache, puntilla de hilo en oro o en plata, cintas bordadas,
adornos con lorzas pero, en todos los casos, muy tableado. El
mandilón de terciopelo con la
faltriquera haciendo juego con el jugón y la vasquiña, debajo el refajo, las
enaguas, el viso, el justillo, las medias y los zapatos de cordobán
o botines. A principios de este siglo comenzaron a casarse con faldas de ricos
colores. llamadas miliñaques o sayas,
con mantones de Manila, dando paso casi sin transición al uso del blanco.
Completaban el traje prendiéndose un ramito de azahar blanco en el pañuelo,
sobre el corazón; otras se lo ponían en la cabeza en forma de diadema, como
símbolo de virginidad.
Aún
nos quedan muchos tipos de trajes, quizá menos vistosos o conocidos, pero
igualmente nuestros, que nos revelan aspectos más sencillos de las costumbres y
forma de vida de aquellas mujeres de nuestro rico
pasado.
LOS
TRAJES MASCULINOS
En
general, éstos son más parecidos entre sí, dándose pocas excepciones.
Diferenciaremos aquí tres tipos: el serrano, el de novio y el de
pastor.
El
traje de serrano, por lo general, es sobrio en colores pero de gran
elegancia, dando empaque a quien lo luce. La mayoría de los trajes hechos a
principio de siglo para los hombres utilizaban como materia prima el
lino, la lana y el paño. Recordemos también la recia tela llamada pelo de cabra por el parecido con la piel de
ese animal. Chaquetillas, calzones y chalecos hechos con esta tela se
gastaron habitualmente en Arenas, Candeleda, Guisando o El
Hornillo.
A
la cabeza, el sombrero rocaor o
curro, de recio paño negro o pardo, de amplia ala circular y caja
cónica, con dos borlas o cotufas que
caen por el ala izquierda; suele rematarse con un cordón. Se ata de delante a
atrás, a la nuca, sujetando el pelo al nudo del pañuelo, que se echan a la
cabeza anudado por detrás, y que solía ser de un solo color. Hoy en día,
muchos llevan un pañuelo al cuello, degeneración del que anteriormente se
llevaba en la cabeza. Y como toque la pluma de un pavo real en los serranos
y de perdiz en los del valle o sencillas flores naturales de la temporada
sujetas en la cinta del sombrero.
La
blusa de lino blanco o de lienzo moreno, con botones hasta medio pecho y de
amplio vuelo, cuya pechera solía ser bordada, igual que los puños. O la camisa
de hilo primorosamente deshilada y bordada con lujo y
esmero.
En
todo el Valle se utilizó la chambra, blusa
quesera o blusón de tela basta, para el uso diario por lo
general, y que en algunos casos se bordan o adornan para los días de gala.
La camisa, como los calzones, de hilo, eran una labor de años, ya que las
mujeres desde niñas empezaban el deshilao
para el que fuera en el futuro su marido. Hay una clara preferencia entre
los pueblos más cercanos a la ribera del Tiétar a usar la blusa en las
grandes ocasiones, y como elemento imprescindible del traje regional,
mientras que los pueblos serranos prefieren la chaquetilla corta para
sus grandes fiestas.
Bajo
la blusa o sobre la camisa, el chaleco, casi siempre de paño teñido, terciopelo
o seda. Casi todos los chalecos son de color oscuro, excepto los más
infantiles, por lo general de seda o terciopelo. En todos los casos
abrochados por una doble botonadura de plata. Los chalecos se pueden
adornar de distintas formas, destacando el bordado.
A
los riñónes y caderas, la larga faja de lana, teñida por lo general de
negro, en ocasiones excepcionales bordada con símbolos o iniciales de
la familia. El uso de faja roja en ciertas bodas y fiestas es de
implantación reciente entre los grupos folklóricos de la comarca. En
ocasiones de marcado carácter ceremonial se anudaban un pañuelo de crespón a la
cadera de igual forma que una faja, casi siempre en colores amarillos o
morados.
En
general se solía gastar calzón de lienzo moreno o lino a media pierna o al
tobillo, con gatera delantera y cintura ajustable, que en el caso de los
calzones de novio, se borda de flores y ramos junto con las iniciales del
dueño, con la casi perdida técnica de bordado llamada plumilla.
Sobre
este calzón el calzón de paño. Su largo varía: en los pueblos serranos gusta
gastar el calzón corto a media pierna, mientras que en los más cercanos al
valle gustan de pantalones más largos, por lo general hasta el tobillo. La
mayoría de los calzones de paño son negros o pardos, en los calzones cortos a
la caña los gavilanes adornados de borlas, cintas o
galones. En los pantalones largos, rica botonadura de
plata.
Los
pantalones, más modernos, son hasta los tobillos; existía la costumbre de
recogérselo a media pierna atándolo con simples cuerdas. Y para los más pequeños
los pantalones de gatera, es
decir, sin costura para facilitar el desahogo de sus necesidades. Existen
variantes, como es el caso de la villa de Mombeltrán, en que se usó un pantalón
o calzón bombacho a media pierna, de curioso parecido al que utilizaban los
ma-ragatos leoneses. O el calzón de El Hornillo, que se ata del mismo modo y con
el mismo sistema que las mujeres se atan el guardapiés.
Por
debajo, las medias de lana que cubren las pantorrillas. Otro complemento
son los leguis, especie de
calentadores de paño con rica botonadura y muy ajustado en la
pantorrilla.
El
calzado para los días normales eran albarcas de cuero, dejando los zapatos y
botines para los días de fiesta. Los botines, parecidos a las botas
camperas bajas, con una cinta en la pantorrilla como ajuste, eran
utilizados por los más ricos. Y estas últimas décadas se han popularizado
las alpargatas, de clara tradición aragonesa y levantina, debido al uso que
hacen las agrupaciones folklóricas cuando actúan, que las calzan atadas con
largas cintas negras o rojas.
La
chaquetilla corta remata el traje, por lo general de paño negro o pardo y con la
botonadura de plata en la pechera o puño, adornada según las
posibilidades, a base de bordados, galones o pasamanería, que alcanza
su mayor carga en la chaquetilla del traje de novio.
Lo
completaban con la imprescindible y arcaica capa de rancio abolengo
español, de amplio vuelo y larga, con esclavina
y las vueltas delanteras
adornadas con cinta o galones o, en la mayoría de los casos, carentes de adorno.
Eso sí, todas llevan por dentro una contratela de vivos colores, destacando
el rojo y el verde. Podían coserse escarapelas al hombro o cintas de sus
conquistas amorosas.
Para
los novios el traje era muy especial. La camisa y el calzón, por lo
general, eran regalo de la novia y rica muestra de sus habilidades, de las que
aún quedan buenas muestras. Cada traje de novio es una obra única, diferente no
sólo entre los distintos pueblos, sino dentro de cada uno.
El
chaleco se decoraba en su parte delantera, mientras que la espalda del chaleco
suele ser brillante seda en negro. La chaquetilla y el calzón también se
adornan a juego, e incluso el sombrero, la capa, los zapatos. La
decoración consiste en bordados de motivos florales y adornos de galones,
azabaches, escarapelas y pasamanería. Las botonaduras iban en función del
gusto y las posibilidades económicas de cada uno, desde el hilo y la madera
al oro y la plata. Remataba el conjunto la cadena de reloj de bolsillo colgado
del chaleco y una cruz al cuello de rica filigrana, que pende de un
cordón.
Desafortunadamente,
igual que en el caso de las mujeres, con el traje de novio solían amortajar a
los difuntos, por lo que quedan muy pocos. Sin embargo, la botonadura y
joyas se quitaban de las mortajas, y muchas familias aún los
guardan.
Los
pastores de Gredos obtenían muchas de sus prendas del ganado que guardaban.
Calzaban abarcas de cuero,
aunque los vaqueros, más ricos, utilizaban botas de cuero, muy parecidas a
las hoy tan populares botas camperas andaluzas, siempre de color
negro.
Se
cubrían las pantorrillas con medias recias de lana de cabra, y leguis
de cuero. Otras veces, igual que los arrieros, para proteger sus piernas de
la nieve y el frío, se enrollaban, a modo, de vendas, tiras de telas y
pellicas (pieles) de conejo que sujetaban con las correas de cuero de sus
calzas.
Las
calzas eran una especie de calzón de piel para el frío, aunque los
calzones habituales eran de paño. Se sujetaban con una faja sobre la
que podía ir el becerro, especie de
fajacinturón de ancho cuero, que se ajustaba a los zanjones o zajones (zahones), en su
mayoría con peto.
En
el torso la camisa, cubierta por una pellica de borra, chaleco hecho con piel sin
pelar del cordero, chambra y, para el frío, las arcaicas enguarínas, que los mismos romanos en su
expansión adoptaron como prenda de abrigo en los rigurosos inviernos
mesetarios.
La
cabeza la podían llevar cubierta por un sombrero o la montera. Se cubrían a veces con capa o
con una simple manta y, como complemento imprescindible, el
zurrón.
EL
USO DEL TRAJE TRADICIONAL EN LA ACTUALIDAD
Hoy
en día sólo se conoce y acepta un tipo de traje en cada pueblo, como
tradicional, que son los de serranos,
pero la verdad es que no es el único y que aún quedan muchos doblados en las
arcas y baúles de nuestros sobraos. En cierto modo hay tantos trajes como
personas los vistieron y las variantes, aun dentro de cada pueblo, muestra
evidente de cómo en ningún pueblo existe un único y definido «traje
típico». Para las ceremonias utilizaban ropas ajustadas al momento, y
debían ser funcionales para el trabajo que realizase cada persona, y cuando se
quería «estar guapo» se vestía de otra manera especial; igual para el
nacimiento, boda o funeral. Quizá por ser los trajes de serranos los que
utilizaron con preferencia nuestros abuelos y abuelas, padres y madres, se
ha adoptado como traje representativo.
Hay
zonas del Valle que van perdiendo rápidamente su tradición, guardando
pocas muestras, aunque las que quedan son de gran interés. Quizá sea la villa de
La Adrada y los que fueron sus anejos la más castigada por esta pérdida,
por ser la más cercana a la capital de España, viéndose inundada
masivamente por el espejismo de la modernez. Aunque dentro de esa subzona hay
algunas villas como Casavieja y Piedralaves cuyas tradiciones evolucionan y se
readaptan manteniéndose vivas; allí lucen orgullosos a la mínima
oportunidad los bellos trajes de sus pueblos.
En
el Barranco de las Cinco Villas el uso del traje de serrana es el más
habitual, siendo curioso que en la villa de Mombeltrán, así como en
Candeleda, hay una clara preferencia por un determinado color en la falda y
el picao del refajo o guardapié; en estos pueblos
suelen ser la mayoría rojos picaos en
negro, así como en Guisando suelen gustar más los amarillos picaos en negro. El Hornillo, Guisando y
Poyales guardan verdaderas obras de arte. El valor que aún se le da a la ropa
tradicional, el mimo y el cariño con el que se la ha tratado, hace que
estos pueblos puedan presumir, especialmente Guisando, de tener los trajes,
si no más bellos, sí más completos.
Hoy,
en acertadas exposiciones etnográficas organizadas gracias al interés
de algunos ayuntamientos y personas de la comarca en un encomiable trabajo
anónimo, se reúnen piezas tan insólitas como añoradas por los mayores, que
aún recuerdan su significado y los momentos de su uso, siempre relacionado
con el ciclo natural en el que estaban inmersos.
Mucho
nos queda aún por mostrar de nuestro legado folklórico y cultural, pero finalizo
creyendo al menos haber intentado mostrar las generalidades, teniendo que dejar
muchos detalles no menos importantes en cuanto a los trajes tradicionales de mis
paisanos; tan solo el estudio de un pueblo daría para muchos artículos como
éste. Quiero expresar mi reconocimiento hacia la más importante fuente de
información de las que se puede disponer, todas y cada una de las
queridas personas de imborrables recuerdos, con las que a lo largo de tardes y
mañanas en los zaguanes, hablando de cosas del pasado y del presente, he
ido obteniendo la mayor parte de los datos que he intentado relatar como mejor
he podido, teniendo en cuenta lo concentrado de un tema tan amplio como éste. Y
por último recordar aquí a doña Teresa Peces Gutiérrez, de la que tuve la suerte
de ser sobrino, a la que debo gran parte del interés por nuestras raíces y de
quien aprendí gran parte de lo poco que sé de nuestro hermoso y duro
pasado. A ella dedico estas breves pero muy debidas palabras como homenaje
postumo.
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