“Cofradía de San Sebastián” – Eusebio Herraez Herraez
SUBIDA DEL
SANTO AL TRONO
El documento
pertinente a la celebración de las fiestas en honor de San Sebastián,
perteneciente al año 1960, pone de manifiesto que "esta costumbre de celebrar la
misa solemne en la ermita el día 21 y subir el Santo al trono empezó el 21 de
enero de 1960, pues los años anteriores no se celebraba dicha misa y la
subida al trono se hacía el 21 por la tarde, pero resultaba muy simple pues
asistía poquísima gente".
No deja de ser
un interesante detalle que puede ayudarnos a comprender mejor cómo, a lo largo
de los años, se fueron introduciendo o sustituyendo diferentes modalidades en
torno a la celebración de las fiestas, en conformidad a como lo fueran
aconsejando las circunstancias de cada momento.
A juzgar por
lo que acontece en la actualidad, nadie pone en duda que el cambio de horario de
la subida del Santo al trono ha constituido todo un éxito. Si el cronista deja
entrever su tono lastimero, según hemos leído más arriba, debido a la escasa
afluencia de gente, hoy la subida del Santo al trono constituye todo un acto
eminentemente popular, de cuya asistencia son pocas las personas que procuran
verse privadas.
Debido a las
diferentes modificaciones exigidas por los cambios que acontecen en la
forma de vida de nuestra sociedad, desde el año 1981 se vienen celebrando las
fiestas de San Sebastián en Poyales del Hoyo durante el fin de semana
perteneciente al tercer domingo de enero. La decisión fue adoptada por votación
popular organizada por el Ayuntamiento el 27 de diciembre de 1980. El resultado
de la votación fue el siguiente: "220 votos a favor del cambio, 37
contrarios y 8 nulos". El porcentaje de votos positivos habla, por sí mismo, del
interés que todo el pueblo manifestaba a favor del cambio de las fechas de
la celebración de las fiestas de su Patrón.
Ante una
petición avalada por tan amplia mayoría de personas, la parroquia recibiría
la correspondiente autorización canónica para poder celebrar la fiesta de San
Sebastián en diferente fecha a la señalada por el calendario litúrgico,
mediante documento firmado por el Obispo de Avila, don Felipe Fernández
García, que lleva fecha del 9 de enero de 1981.
Como
consecuencia de una resolución popular y con la correspondiente autorización de
la autoridad diocesana, única competente al efecto, aquel mismo año daba
comienzo una modalidad que afectaba de lleno a la fecha tradicional de la
fiesta de San Sebastián en Poyales del Hoyo.
A partir de
aquel año, la fecha principal de la fiesta de nuestro Santo corresponde al
sábado anterior al tercer domingo de enero. Tan significativa resolución estuvo
motivada por la emigración de numerosos hijos del pueblo que, al encontrarse
permanentemente fuera del mismo por diferentes motivos, encontraban serias
dificultades para poder desplazarse a Poyales en las fechas tradicionales, sobre
todo en los años en que el 20 de enero no coincidía con el fin de semana.
No se resignaban a permanecer ausentes en una efe-méride de tanta raigrambre
popular. Apostaron fuerte los emigrantes para no verse tal vez desarraigados
para siempre de las tradiciones del pueblo al que se hallaban tan profundamente
asidas sus propias raices y fueron capaces de ganar la
apuesta.
A pesar del
cambio de fechas, las tradicionales fiestas de San Sebastián conservan todo el
vigor de tradiciones heredadas y, a la vez, se ven realzadas con la presencia de
numerosos hijos del pueblo que, de no ser así, se verían relegados a permanecer
siempre ausentes y, como consecuencia, a sentirse desvinculados de la
tradición mas honda y popular que se vive en Poyales.
El sábado
indicado se celebra la fiesta mayor con la misa en la Parroquia, donde
previamente ha sido trasladada procesionalmente la imagen del Santo durante la
tarde anterior. El domingo tiene lugar la celebración de la Eucaristía en
la Ermita, al aire libre debido a la incapacidad del recinto para poder cobijar
a todos los asistentes. Al finalizar la misa llega el momento de la subida
al trono de la imagen del Santo, acontecimiento que transcurre entre el aplauso
de una masa ingente de personas, que antes fueron capaces de seguir la ceremonia
religiosa en medio de un espectacular y respetuoso
silencio.
Si cabe, la
subida del Santo al trono constituye el acto más emotivo de las fiestas de San
Sebastián. Significa el momento esperado por jóvenes y ancianos, en el que
cada uno de los hoyancos es capaz de exteriorizar los sentimientos
contenidos en su corazón. En un instante, desbordados por la emoción, todos
los asistentes prorrumpen en vítores, aplausos y plegarias al contemplar la
imagen de su devoción que, en su ascenso al trono, tiende su mirada hacia
la apiñada muchedumbre a la que, con sus labios entreabiertos, parece
querer agradecer su entusiasmo y animar a vivir
esperanzada.
A
manifestación de tan emotivos detalles es capaz de llevar a las personas la
devoción religioso-popular cuando es sincera. En el presente caso
cualquiera pudiera preguntarse legítimamente si la devoción que los
habitantes de Poyales tributan a su patrón San Sebastián discurre por los cauces
de la sinceridad o, por el contrario, aparece envuelta en matices que
pudieran ser tildados de fanatismo. Cada persona es libre, en todo caso, de
juzgar por sí misma. Sin embargo, para que el juicio emitido pueda ser
fiable, se requiere tener un conocimiento personal muy claro de aquello
sobre lo que se intenta emitir un juicio de valor, tanto en el orden positivo
como en el negativo.
Por lo que
respecta a la devoción del pueblo hoyanco a San Sebastián, una cosa es cierta:
que el fenómeno está ahí y se presenta con una incidencia, si cabe, mayor en los
hombres que en las mujeres. Por mi parte no me aventuro a emitir un juicio
de valor sobre el particular. Existen algunos cabos sueltos que se me
escapan. Y es que lo que acontece en el exterior de las personas suele ser
fruto de la experiencia rumiada en silencio dentro de su propio interior, a cuyo
epicentro ningún extraño será capaz de penetrar jamás.
Las
manifestaciones religioso-populares solamente podrán ser bien entendidas y
fielmente interpretadas cuando las personas seamos capaces de mantenernos
en la propia esencia de las mismas. Se necesita conocer su origen y la
incidencia que reportan a la vida de los individuos y de los pueblos. Llegar a
tan alto grado de conocimiento será siempre problema de inculturación, al que un
extraño solamente podrá acceder por el camino de la sencillez y del
respeto.
Porque las
tradiciones populares de signo religioso, por inverosímil que parezca, siguen
reportando cultura a cada uno de los pueblos como parte integrante que son
de su propia historia, a todos incumbre el deber de sentir por ellas admiración
y respeto. Sin embargo, por tratarse de acontecimientos religiosos, al creyente
siempre se le podrá pedir algo más, ya que la fe que profesa le ayuda a
valorar el peso de la tradición y a participar de lleno en la vivencia,
sintiéndose animado por los más resueltos y siendo, a su vez, animador de
los más remisos.
De cualquier
modo, ahí está el testimonio de tantos creyente en Poyales de ahora y de otros
tiempos. El testimonio siempre permanece. Es la huella que dejan los cristianos
sencillos de a pie que van en la procesión o que rezan al Santo en las fiestas y
a lo largo del año. No se lo dicen a nadie, entre otras cosas, porque el alma
campesina siente cierto rubor a manifestar externamente lo que con tanto
agrado vive en su interior, eso que es su secreto, además que suele encontrar
serias dificultades para dar con la palabra adecuada con que poder
expresarlo.
Al hablar con
unos y con otros y, sobre todo, al percibir su actitud, puede llegar uno a darse
cuenta que van caminando con la íntima sensación de que se sienten seguros de
estar dando un sentido correcto a su vida y de que se encuentran amparados ante
Dios Infinito por la mediación del Santo de su devoción. Sin pretenderlo,
con su actitud, esos creyentes anónimos siguen prestando el mejor de los
servicios para el pueblo en que viven.