Poyales del Hoyo, la hidalga

Poyales del Hoyo es el pueblecito humilde que, a 12 kilóme­tros de la cabeza del partido, recorta su silueta noble so­bre el cielo inmaculado.

Se presenta al viajero semejando a una bandada de perdi­ces cobijadas en la fronda. Sus casitas no son blancas; son del color de la tierra de Castilla; pardas. Casi no se atreve a aso­marse a la carretera que a su lado pasa, y en la que varios pa­radores brindan al caminante la merced de un trago y el hala­gador señuelo de una hora de descanso. Y es que Poyales, en la humildad de su presente, vive de su historia hidalga y a pe­sar del egoísmo de otros pueblos, hermanos suyos, más pode­rosos que él.

Poyales del Hoyo es hoy la «Cenicienta» del partido de Arenas de San Pedro. ¡Pluguiera al cielo que encontrase a su Príncipe enamorado!...

Porque se da el caso peregrino que esta hidalga villa, de 1.508 habitantes, tiene un término tributario de cinco mil hectareas, y un término jurisdiccional que apenas llega a tres­cientas.

La historia nos dice que allá, hacia el final del reinado de los Reyes Católicos, se constituyó una aldea, denominada «El Joyo», con elementos que se desintegraron de las villas de Arenas de San Pedro y Candeleda, sobre todo de esta última, y bien fuera que la natural feracidad del terreno atrajera a mu­chos habitantes de las villas vecinas a establecerse en «Joyo Aldea como se la llamó mas tarde, bien que lo sano de su clima favoreciese el aumento de población, el hecho es que «Aldeanueva de los Poyales», como nombraban ya a este pue­blo en 1550, mereció que se le concediera el derecho de villaz­go en 1658, reinando Felipe IV, y designándola con el nombre de «Villa de los Poyales del Hoyo». Y, sin embargo, por una anomalia difícilmente explicable, no se le concedió término-jurisdiccional más que de «goteras adentro», como reza la eje­cutoria. En cambio, a las villas de Guisando, El Arenal y El Hornillo, que en años sucesivos obtuvieron tan señalada mer­ced, se les concedió un término proporcional donde sus alcal­des y regidores ejercían jurisdicción civil y criminal «alta y baja. mero mixto imperio»...

Hubo de dolerle a la villa de Poyales del Hoyo el olvido y el desprecio que representaba la no concesión jurisdiccional tan justamente anhelada, y en 1777 entabló pleito contra las de Arenas de San Pedro y Candeleda, pleito que, perdido por Poyales, por culpa (según tradición) de los engaños de los re­presentantes de Arenas, se la concedió en cambio un coto en derredor de la población, como de unas trescientas cincuenta Hectáreas, donde, desde entonces, ejercen jurisdicción sus alcaldes, jurisdicción que de hecho, y con el consentimiento de las villas vecinas, se extendió a toda la vega, ya que el alcalde de Poyales del Hoyo, desde hace más de cien años, viene ejer­ciendo jurisdicción sobre las aguas de los Rios Albillas y Mue­las, que riegan dicha vega, y el Ayuntamiento atiende al cuida­do de los caminos que discurren por el proindiviso de Arenas y Candeleda.

Además—y esto es una anomalia sin precedentes en los fas­tos de la historia municipal de los pueblos—, en la villa de Po­yales del Hoyo vienen tributando desde los tiempos en que se implantó el sistema tributario de Mons, en 1845, la mayor parte de los terrenos que, siendo de propiedad de vecinos de dicha villa, están enclavados en el llamado proindiviso de Arenas y Candeleda.

Esta la causa de la humildad de Poyales, la razón de su de­caimiento triste, que es la sombra del pasado espléndido, de ­aquel siglo XVIII en que era la población más numerosa del par­tido, y que sólo en riqueza pecuaria contaba con más de 14.000 cabezas de ganado, según consta en la gloriosa ejecutoria...

Es de creer que la cordura y rectitud de Arenas y Candeleda han de poner remate a esta situación equívoca y anómala del término jurisdiccional de esta villa, reconociéndola de de­recho lo que de hecho viene ya poseyendo desde hace un siglo. De ese modo, la hidalga villa podrá afirmar con noble arrogancia: Yo fui. Yo seré...






POYALES DEL HOYO

D. Leon Jimenez-Millan Peña

Los Municipios no pueden ser libres mientras económicamente no sean independientes.

Sobre un solar pobre y desmantelado no puede levantarse el edificio de la libertad. Dénsenos medios para sanear nuestra hacienda municipal, y cuando nada debamos; cuando no tengamos que mendigar misericordia y espera, entonces sabremos resistir a la imposición arbitraria de un político poderoso.

Es triste, verdaderamen­te, que un pueblo como el nuestro, de más de 1.500 ha­bitantes, con una propiedad extensísima y un término tributario casi igual al de Candeleda, por rústica, y el tercero del partido, se encuen­tre tan mermado de jurisdic­ción que apenas la Alcaldía de esta villa puede ejercerla de tejas afuera; triste que contribuyamos como pocos por contingente provincial y carcelarios; triste que ya los abuelos de nuestros abuelos suspiraban por una jurisdicción que de justicia se nos debe y que no quisiéramos nosotros morir sin ver conseguida; pero es más triste aún que a los requerimientos nuestros para que se nos dé como de limosna lo que en justicia debiera habérsenos reconocido ha siglos, se nos conteste con un silencio estudiado, cuando no con un desdén manifiesto, y eso se hace hoy, cuando parece ser que la justicia se abre paso y que sólo con nosotros, sin duda, se muestra desdeñosa.

Hasta que no suene esa hora de la justicia y se nos reco­nozca jurisdicción y señorío sobre lo que es nuestro, hasta entonces nuestra libertad será un mito, y los anhelos del Directorio de hacer a los pueblos libres no será hasta entonces para nosotros una hermosa realidad.

£eón Jiménez Peña.

Alcalde.







HABLA EL SECRETARIO

Don Víctor Martín Jimenez,

 Secretario del Ayuntamiento


¡tierra mia! Tierra bendita, bella como novia engalanada con sus más ricos atavíos, vestida de romeros y tomillos en tus vertientes, coronada de pinos aromosos y de robles gigantes en tus cerros, recamada de oro en tus trigales, que orlan de plata los cristalinos rios que fertilizan tus vegas, ¡qué hermosa eres! Como a reina ciñen tus sienes de diadema gigante las empinadas crestas de las serranías de Gredos, a cuyas plantas la primavera teje para ti guirnaldas de azahar y de madreselva, en cuyas estribaciones el verano madura sus mieses, en cuyas colinas el otoño te ofrenda sus frutos sazonados y cuyas cumbres blanquea con nieves perpetuas el invierno, dándose así en ellas abrazo fraternal to­das las estaciones, todos los climas y las producciones todas, que pródiga nos ofrece como madre cariñosa.

Cuando al mirar extasiado tu belleza sin igual, me doy cuenta de lo ignorada que vives, hermosa cenicienta, mi corazón de hijo se extremece de amor y de ira viéndote tan regalada de Dios y tan olvidada por los hombres.







MAS SOBRE POYALES DEL HOYO

Sus habitantes.

No voy a referirme ahora a todas y cada una de las buenas aptitudes de que, en general, están adornados, sino que •únicamente voy a fijarme en dos de ellas, dejando a un lado todas las demás virtudes morales, naturales y físicas que poseen, por sobresalir entre todas su clara inteligencia y hospitali­dad; y para esto sí que desearía tener la riqueza de imaginación de los pintores, para trasladar al papel con el más adecuado colorido su verdadero retrato.

Nadie, en todos los pueblos del contorno, les regatea ni pone en duda su reconocida inteligencia y es proverbial entre todos las excepcionales dotes de raciocinio y un sentimiento innato de la legalidades poseen, viniendo a ser en ellos como una facultad o sentido extra, dote hermosa con que les enri­queció la divina providencia.

Todos sin excepción podrían ser excelentes jurisconsultos, debido a este sentido o facultad supernumeraria que hemos in­dicado. Esta es la fama que les enaltece y tienen entre todos los que bien les conocen. Hemos podido comprobar y corrobo­rar esta opinión con la propia observación primero, y después también con el testimonio de personas de mayor excepción, como es entre otras la del experto maestro nacional, quien nos aseguró que en su escuela no había ningún alumno torpe, sino que todos eran de disposición, queriendo significar con esto que todos eran inteligentes, listos, en una palabra, y entendidos.

En cuanto a su hospitalidad, llevada a grado supremo, pueden testificarla cuantos hayan visitado, por muy pocas veces que sean, este hospitalario pueblo. Lo he experimentado perso­nalmente, y conste que no he sido excepción del trato que en general dispensan a todos, pues según he podido comprobar, lo observan entre ellos mismos y con todos los que les visitan.

Un hecho curioso y digno de imitarse confirma mi aserto; y es la protección y ayuda que se dispensa en este pueblo a quien de nuevo se establece, o contrae matrimonio. Es de rúbrica que todos los convidados—y estos son cuantos quieran acudir—deben ofrendar al terminar la cena de la noche de bo­das, por muy modesta que sea su posición, al menos una mo­neda de plata de cinco pesetas; después, en especie, los llenan la casa de provisiones comestibles y de uso diario, dejándoles bien repletas sus despensas para algunos meses, y sus casas pertrechadas de todos los útiles necesarios en el hogar doméstico.

Conducta más digna de loa en estos tiempos del más frío egoísmo, y que aun cuando acercan y unen la humanidad con sus infinitas redes telegráficas y telefónicas, y más aún, si cabe, con las ondas hertzianas. que en todas partes están a disposicion de todo el que recibirlas quiera; tiempos que acercan y unen a la humanidad con las múltiples equidistantes cintas de acero, sobre las que marchan los ferrocarriles; y más aún los dirigibles y aeroplanos, para los que no hay ríos, ni montes, ni limites en fronteras y con la rapidez del viento nos trasladan de un confin del mundo a otro confín; tiempos, repito, no obs­tante todo esto, que alejan y separan a los individuos con el más frio egoísmo...                              

¡Ved si no merecen todos nuestros aplausos y son dignos de imitarse los felices habitantes de Poyales del Hoyo! Bien merecido tienen su benigno clima; su terreno especial con toda clase de productos, que cosechan en sus campos.

JSC